La obra literaria escrita por José Eustasio Rivera cumple 100 años en el 2024; sin embargo, esta obra y su forma de manifestar la denuncia frente al abandono estatal y frente a la explicación de los países en vía de desarrollo, sigue siendo vigente. Un texto con tintes históricos que muchos han leído desde lo ficcional y que los ha llevado a pensar que todo lo sucedido con los caucheros fue más una narrativa novelística que una denuncia internacional.
Esta novela, considerada una de las más importantes de la literatura latinoamericana, narra la historia de Arturo Cova, un ingeniero civil que se adentra en la selva amazónica en busca de riquezas y se enfrenta a la dura realidad de la explotación del caucho y la violencia en la región, con un estilo realista y un profundo análisis de los problemas sociales y políticos de la época.
Cien años después, seguimos preguntándonos qué tanto ha cambiado el escenario frente a este tipo de problemáticas en Colombia; todavía seguimos solicitando más presencia del estado en regiones del país donde la explotación por grupos armados al margen de la ley, terratenientes e imperios capitalistas, deterioran espacios culturales, generan destrucción social, erradicación de costumbres y pérdida de identidad.
Actualmente, al igual que en la historia contada dentro de La Vorágine, en Colombia seguimos enfrentando problemáticas como: deforestación e incendios forestales, contaminación antrópica o provocada por el hombre, caza furtiva y tráfico ilegal de flora y fauna, y minería ilegal. Descubrimos entonces que La Vorágine no pierde vigencia y el Estado sigue siendo incapaz de abarcar todo el territorio nacional.
El símil de la problemática de los caucheros que se describe en La Vorágine, podría relacionarse en la actualidad, y desde hace muchas décadas, con la problemática de la minería ilegal, teniendo en cuenta, que, en ambos casos, se trata del problema de explotación ilegal de recursos por parte de monopolios y en alianza con grupos criminales organizados.
Al igual que en la novela, terminan siendo nuestros pueblos indígenas los más afectados y vulnerados, se pierden sus costumbres y se intercambian sus vidas por el trabajo y producción de materia prima que finalmente ni siquiera termina siendo invertida dentro de nuestro país. Desde la minería ilegal, los Jiw y Nükak, importantes grupos étnicos de la nación, han sido desalojados de los departamentos de Meta y Guaviare por los megaproyectos de explotación minera que han afectado directamente las posibilidades de acceso a la región y el uso de sus recursos naturales. Otro claro ejemplo de ello, es el caso de Mandé Norte, en el que en el año 2005 el gobierno autorizó a la multinacional Muriel Mining para que, en un periodo de 30 años, realizara extracción de oro, cobre y molibdeno. Sin embargo, las comunidades indígenas y afrodescendientes que se encontraban asentadas allí, rechazaron de manera contundente la toma del territorio.
La investigación realizada en el 2015 y denominada “Minería en Colombia: víctimas, causas y consecuencias del desplazamiento”, plantea otra situación similar que evidencia la toma de las grandes empresas a los terrenos de pequeñas comunidades. En este caso fue el de Guamocó, territorio ubicado entre Antioquia y Bolívar, reconocido principalmente por tener una de las reservas de oro más grandes del mundo. Allí mismo además hay petróleo, plata y otros materiales valiosos. En aquellas regiones habitan miles de personas que se ganan la vida por medio de la minería artesanal, viviendo así entre la abundancia de sus recursos y los constantes conflictos que estos generan.
La citada investigación también deja en evidencia que la comunidad Wayuú, en La Guajira, durante un largo tiempo ha estado afectada debido a las constantes explotaciones en el Cerrejón y a la pretensión que tienen grandes multinacionales junto al gobierno de desviar el Río Ranchería para aumentar las operaciones en la mina e incrementar sus utilidades; situación similar ocurre con el pueblo U’wa, que ha vivido en guerra por un largo tiempo con multinacionales petroleras que buscan apoderarse de su territorio para iniciar explotaciones mineras.
Las atrocidades denunciadas por José Eustasio Rivera en Casanare, Amazonas y Vichada, no están tan alejadas de las denuncias que hacemos actualmente, se nota un mismo patrón de comportamiento, repetitivo durante ya un siglo, lo que conlleva a pensar que La Vorágine, además de ser una novela y una denuncia, es una obra que nos define como país, nos intenta descifrar qué somos como pueblo, como nación, política y socialmente.
Finalmente, aparece de nuevo el Estado como ficción por solo representar a una minoría, la literatura como instrumento fundamental de la creación de nacionalidades en América Latina, y la permanente lucha entre el dinero y la preservación de la naturaleza. Como se lo manifestó el mismo Rivera a Henry Ford “dólar avasallador vs. naturaleza omnipotente”. Y como cierra la novela para mostrarnos nuestro inevitable destino: “ni rastro de ellos, los devoró la selva”.
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