El nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, empezó su mandato generando una enorme tensión geopolítica, más veloz de lo que se proyectaba. Luego de la tormenta generada con Colombia, EEUU concentró sus energías en sus principales socios comerciales (México, Canadá, China), con su impulsiva decisión de elevar impuestos al comercio internacional. Frente a esta coyuntura, se vaticina una respuesta proporcional y directa por parte de estos países, aplicando medidas similares para proteger sus economías y contrarrestar el impacto de los mayores aranceles o precios de exportación. En el corto plazo, existirán distorsiones en la dinámica comercial, y presiones inflacionarias internas en cada país, y, hacia el mediano plazo, esta estrategia podría generar una desaceleración sistemática en volúmenes de producción, intercambio y consumo, afectando los diversos mercados, y, finalmente, el crecimiento económico regional y mundial.
A pesar de todos los presagios negativos, es posible que esta coyuntura no afecte de manera drástica el saldo en la balanza comercial de EEUU, ya que otros factores como los flujos de inversión y la demanda mundial de bienes estadounidenses, podrían amortiguar el efecto. Según The Bureau of Economic Analysis (agencia del Departamento de Comercio de Estados Unidos), para noviembre de 2024 el déficit comercial fue de más de 78 mil millones de dólares a precios corrientes, lo que sugiere que EEUU ha mantenido una relación de intercambio comercial negativa con el mundo, incluso en el contexto de una estructura de impuestos al comercio mucho más laxa debido a los diversos tratados comerciales en vigencia.
En el marco de esta coyuntura, un aumento de impuestos podría tener, por otro lado, efectos positivos para la economía estadounidense a mediano plazo. Este incremento permitiría al gobierno reducir su déficit fiscal, fortaleciendo su posición fiscal. Dicha reducción del déficit reduce el consumo final (debido a los mayores precios trasladados a los hogares) y por ende, marginalmente, la demanda agregada, lo cual, ante una determinada oferta monetaria, presiona a la baja las tasas de interés del mercado financiero, generando como resultado un aumento de la inversión a mediano plazo.
Ahora bien, un dólar más fuerte en el corto plazo, abarataría las importaciones estadounidenses por el efecto cambiario, lo que aliviaría el costo de los productos extranjeros para los consumidores y empresarios estadounidenses importadores. No obstante, esta misma apreciación del dólar podría tener un impacto negativo en la competitividad de sus propias exportaciones. Para noviembre del 2024, las exportaciones de bienes de EEUU representaron un valor de $273 mil millones de dólares a precios corrientes. Teniendo un dólar más fuerte, los productos estadounidenses podrían volverse menos atractivos en mercados internacionales, aspecto que beneficiaría a China, que, con seguridad, recurrirá a la devaluación marginal del yuan para ganar aún más competitividad y conquistar cuotas de mercado de EEUU en las instancias internacionales.
En esta lectura, es importante tener presente que algunos bienes estratégicos exportados por EEUU, como tecnología avanzada, maquinaria y productos agrícolas, son relativamente inelásticos en muchos mercados geográficos, sobre todo en lo que respecta a la región latinoamericana, oriente próximo, Europa del este y África subsahariana; en general, en economías denominadas emergentes. Esto significa que, incluso con un dólar más fuerte, la demanda de este tipo de productos podría no disminuir significativamente para los estadounidenses, pero a costa de una presión inflacionaria para los países menos diversificados productivamente.
En este punto, solo queda esperar las reacciones exactas de los socios comerciales de Estados Unidos, con el propósito de intuir qué curso tomará la dinámica de la balanza comercial estadounidense, y el impacto en los países emergentes y en la competitividad global, dependiendo de los ajustes cambiarios venideros. Sin duda, las decisiones fiscales de EEUU tendrán repercusiones complejas sobre la estructura de costos de las cadenas globales de valor.
En el caso colombiano, es importante recordar que, desde la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) suscrito con los Estados Unidos, la balanza comercial de Colombia con EEUU paso de ser positiva (superavitaria) a ser deficitaria (negativa). Como puede apreciarse en la siguiente figura, desde finales de los años 90, hasta el 2011, la balanza comercial fue positiva, alcanzando un pico de aproximadamente 8.991 millones de dólares, lo que indica que nuestro país exportaba mucho más de lo que importaba desde EEUU. Es notable como a partir de 2012, la balanza comercial se desplomó y pasó a ser deficitaria en 2015 con un mínimo de -4.773,6 millones de dólares, coincidente con el periodo de entrada en vigor del TLC. Posteriormente, dicho déficit fue persistente desde 2015 hasta diciembre del año 2023.

Gráfica 1. Balanza comercial de Colombia con Estados Unidos 1995-2023 (millones de dólares)
Fuente: elaboración propia con base en datos del DANE
Cifras en millones FOB
Ante el fortalecimiento del dólar en Colombia, tradicionalmente las importaciones han subido de valor por un efecto en la factura, fenómeno que se debe a la inelasticidad en el precio de las importaciones colombianas en productos esenciales para la industria, como maquinaria y equipos eléctricos, productos químicos y materiales plásticos, pero de igual forma, a la inelasticidad en el precio de importaciones en productos de consumo final, como productos farmacéuticos, computadores y equipos electrónicos. En la práctica, dicha inelasticidad significa importar el mismo volumen o uno marginalmente menor con un dólar más costoso en términos del peso, que en balance significa potencialmente una balanza comercial mucho más deficitaria respecto a los últimos 10 años.
Implicaciones potenciales de un aumento de gravámenes a exportaciones colombianas hacia EEUU
El panorama de relaciones bilaterales entre Colombia y Estados Unidos muestra que es probable que las relaciones comerciales se deterioren con una decisión repentina de Estados Unidos de incrementar los impuestos a productos colombianos. La primera consecuencia directa de esto sería una reducción significativa de la competitividad de las exportaciones colombianas en el mercado estadounidense, debido a un mayor costo para el consumidor final en EEUU, que haría menos atractivos los productos colombianos frente a bienes similares de otros países con mejores condiciones competitivas.
Lo anterior podría profundizar el déficit comercial de Colombia con EEUU, dado que una caída en las ventas externas reduciría los ingresos exteriores, afectando negativamente el crecimiento económico y el equilibrio en la balanza comercial, y ejerciendo mayor presión sobre la balanza de pagos. Además, Colombia se vería obligada a diversificar sus mercados de exportación, fortaleciendo relaciones comerciales con otras economías, como China, la Unión Europea o países latinoamericanos, y siendo consciente de la dificultad de abrir mercados. Este cambio no solo implicaría retos logísticos y de adaptación a nuevas regulaciones comerciales, sino que también podría distanciar aún más a Colombia de su histórica relación con los Estados Unidos.
Los sectores económicos más afectados serían aquellos con mayor dependencia del mercado de Estados Unidos, como los productos agrícolas (café, flores), los minero-energéticos (carbón, petróleo) y algunas manufacturas, lo que se traduciría en una probable disminución en los proyectos de inversión y la producción interna. Desde lo macroeconómico, el impacto se reflejaría en mayores presiones sobre la balanza de pagos, fluctuaciones en el tipo de cambio y afectaciones en la dinámica del empleo formal e informal, condiciones que, a mediano plazo, podrían debilitar el crecimiento económico del país, generando mayores desafíos para su estabilidad financiera y comercial.
Históricamente, el modelo de sustitución de importaciones fue empleado por países en vías de industrialización para reducir la dependencia de bienes extranjeros y fomentar el desarrollo de las industrias locales. Esto se conoce como el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Tradicionalmente, este modelo se asocia con economías latinoamericanas emergentes en vías de desarrollo de la década del 70, como parte del pensamiento estructuralista de la CEPAL que buscaba romper con la vulnerabilidad de depender de mercados externos, utilizando medidas económicas proteccionistas y estímulos al crecimiento de sectores estratégicos, siendo estas un conjunto de acciones y políticas que fueron duramente criticadas en ese momento histórico, debido a una evidencia empírica poco alentadora en términos de resultados finales.
Paradójicamente, que Estados Unidos, que ha sido una figura representativa internacionalmente de una política económica de libre mercado y modelo ortodoxo, esté actualmente explorando una seudo-versión 2.0 del modelo ISI, es un hito que genera la inquietud de presenciar una efectiva evolución o involución (depende de la perspectiva) en su estrategia económica-comercial. Lejos de abandonar los principios del libre comercio de manera radical, esta versión 2.0 se traduce en la incorporación de políticas que, sin llegar a un proteccionismo absoluto, buscan reforzar sectores claves para la economía y tienden a ser validadas por medio de una retórica cada vez más nacionalista. Precisamente esto último es lo que preocupa en el marco de una geopolítica cada vez más tensa y con síntomas de un conflicto global comercial en ascenso, en una época en la que la globalización y la internacionalización de los mercados es una realidad natural.
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