Las sociedades modernas dependen de un constante flujo de energía para prosperar, y fue sólo después del aprovechamiento a gran escala del carbón y el petróleo en los siglos XVII y XVIII que el crecimiento económico y demográfico se aceleró a escala mundial. El acceso a dichas reservas de energía influyó ostensiblemente en indicadores como la esperanza de vida, el PIB per cápita, el empleo y la ingesta de calorías, por mencionar algunos. No obstante, el acelerado crecimiento del consumo energético ha traído consigo una serie de externalidades que sólo hasta décadas recientes se han hecho evidentes, siendo el calentamiento global la más destacada de estas.
El año 2024 fue el más caluroso desde que se llevan registros del clima y, según un informe de la BBC, en más de la mitad de los días del año se alcanzaron los 1.5°C por encima del periodo 1850-1900. Esta situación se debe principalmente a la enorme dependencia de las sociedades de la energía fósil (carbón, petróleo y gas natural), la cual representó el 82% de la matriz energética global en 2023. En Colombia, nuestra matriz energética está constituida en un 76% por combustibles fósiles. Por otra parte, dicha dependencia parece no disminuir porque según Enerdata, el consumo mundial de energía aumentó 2,2% en 2023, en comparación al 1,5% que aumentó entre 2010 y 2019; y en el caso de China, el principal emisor de gases de efecto invernadero, el alza fue de 6,6%, mientras que la producción de energía en Estados Unidos aumentó 4,4% en el mismo año.
Lo anterior debe conducir a una serie de interrogantes sobre la posibilidad de seguir basando el crecimiento económico y la prosperidad de las sociedades en el consumo de fuentes energéticas responsables de la alteración del clima global, y nos obliga como sociedad a reflexionar acerca del sistema socioeconómico que genera tal situación. En este sentido, la propuesta de una transición energética ha cobrado especial relevancia en el debate internacional en los últimos años.
La transición energética consiste en la migración de la matriz energética actual hacia una basada principalmente en energías renovables, tales como la eólica, solar, mareomotriz, geotérmica, entre otras, con el propósito de minimizar los impactos ambientales del consumo de energía. Pero, gran parte del debate en torno a este tema se ha concentrado en las fuentes de energía (es decir, en la oferta), lo que implica un enfoque simplista que deja en gran medida por fuera las preguntas respecto a los factores impulsores de la demanda.
Este último aspecto es de especial relevancia si abordamos el asunto desde una perspectiva sistémica, donde el sistema energético se representa por un conjunto de elementos, como son los hogares, empresas y fuentes de energía que se interrelacionan entre sí por medio de normas, mercados, regulaciones e infraestructuras para el cumplimiento de una serie de funciones, siendo el suministro de energía el objetivo principal. Uno de los principios de la teoría de sistemas señala que las acciones que más impacto tienen en la dinámica de los sistemas son aquellas encaminadas a alterar las funciones y propósitos de estos, siguiendo en su orden las enfocadas en transformar las interrelaciones entre los elementos, mientras que aquellas que modifican solo los elementos del sistema son las de menor impacto.
Si partimos de este principio, una transición energética enfocada principalmente en cambiar las fuentes de abastecimiento de energía (elementos), tendrá un impacto limitado, debido a que, si la demanda sigue incrementándose, el impacto ambiental persistirá, ya que, aunque menos contaminantes que las energías fósiles, las energías renovables están vinculadas a actividades como la extracción de minerales y la construcción de infraestructura, que impactan en gran medida a los ecosistemas.
También tener en cuenta que una transición energética que aborde el problema desde una perspectiva sistémica y no reduccionista, debe enfocarse en un replanteamiento de las interrelaciones entre los elementos del sistema energético, que incluye la discusión de asuntos como eficiencia y estructura del mercado; y, fundamentalmente, en aquellos aspectos relacionados con las funciones o propósitos del sistema, lo que necesariamente debe llevar a un debate sobre los patrones de consumo y la noción de calidad de vida (en la actualidad relacionada directamente con el consumo de energía), así como sobre la estructura de actividades económicas fundamentales para la vida moderna.
Por lo tanto, estrategias como los incentivos tributarios a la implementación de energías renovables, la inversión en sistemas de transporte público basados en energías limpias, las acciones de circularidad al interior de las empresas, el uso de dispositivos eficientes en el uso de energía al interior de los hogares y la reducción del consumo innecesario en todos los elementos del sistema, son necesarias para llevar a cabo una transición energética integral que aborde los elementos, las interacciones y los propósitos del sistema energético.

Ilustración 1. Transición energética limitada versus transición energética sistémica.
Fuente: elaboración propia.
Este abordaje sistémico de la cuestión energética permitirá obtener una visión holística de la misma y evitar análisis reduccionistas que, al enfocarse en elementos parciales del sistema, impiden el diseño de estrategias y políticas públicas para asumir este reto fundamental del Siglo XXI. Por lo tanto, gobiernos, sector privado, academia y consumidores debemos considerar las diferentes variables asociadas al consumo de energía y ajustar nuestras acciones a propósitos que vayan más allá del incremento en el consumo y la satisfacción de necesidades, incluyendo consideraciones de tipo socioambiental.
*Las opiniones expresadas en este espacio no comprometen el pensamiento institucional.