Una de las mayores críticas que generalmente se le atribuyen a la economía es que está basada en el principio del egoísmo de los agentes económicos, quienes actúan siempre con el principio de maximizar su propio beneficio económico, lectura que lleva a concluir que los modelos en esta ciencia se sustentan en una especie de competencia salvaje donde unos ganan y otros pierden, en una incesante lucha de clases sociales, donde los conceptos de ser humano y la moralidad son aspectos de poca relevancia.
Esta caracterización estereotípica de la economía es un desconocimiento abismal de las doctrinas y teorías económicas, y, también, un intento de omisión por parte de los críticos de dar la razón al funcionamiento de la actividad económica privada. Efectivamente, nosotros como seres económicos, tenemos una tendencia a buscar nuestra iniciativa individual, desde el respeto de las libertades, lo que llevó a desarrollar la visión del homo economicus, que actuando en racionalidad toma decisiones individuales de costo-beneficio, lo cual sucede en diversos aspectos de la cotidianidad de las personas. Sin embargo, esta realidad no desconoce las otras dimensiones del ser humano.
El mismo filósofo escocés Adam Smith (1723-1790), quién se constituye en la piedra angular de este pensamiento con la Escuela Clásica, también reflexionó sobre la naturaleza moral de las personas, mencionando que por más inclinación egoísta que tengan los individuos, también hay factores que lo hacen interesarse en el bienestar de los otros, obteniendo un bienestar no económico, cercano a un placer empático de vida en sociedad, reconociendo el componente emocional de los seres humanos. En el marco de la misma escuela de pensamiento, el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) destacaba la importancia de las instituciones, costumbres y comportamientos sociales en el resultado de la distribución de la riqueza.
Finalizando el Siglo XIX y a principios del XX, con la edificación de la Escuela Neoclásica, el economista británico Alfred Marshall (1842-1924) construye una noción científica de la disciplina que nunca abandona la visión de estudio de actividad privada pero desde su relación con la vida social, promoviendo ideas y políticas para una mejor organización y funcionamiento del sistema económico que apunte al bienestar general de la población, e incluso dándole al Estado unas funciones de provisión y servicio para el desarrollo y progreso humano.
Entre los siglos XX y XXI se han generado nuevos campos de estudio derivados de estas escuelas anteriores, en donde es cada vez más influyente la lectura multidisciplinar de los fenómenos económicos y la economía es concebida como una ciencia de estudio de las decisiones de los agentes públicos y privados en un marco de entidad social, política y cultural donde convergen una diversidad de instituciones formales e informales (economía institucional) que impactan la dinámica económica, se relacionan con su entorno natural (economía sostenible y medio ambiente) y gestan relaciones humanas en el reconocimiento de agentes homo sapiens que tienen racionalidad limitada y toman decisiones desacertadas, individual y socialmente, y, paralelamente, con comportamientos de agentes homo reciprocans donde las preferencias y normas sociales son básicas para la decisión, destacando aspectos como la confianza, la reciprocidad o el altruismo (economía conductual).
Esta evolución histórica y los recientes desarrollos teóricos y empíricos de la ciencia económica son esenciales para dejar a un lado el argumento simplista del egoísmo como el faro de nuestra reflexión académica y quehacer profesional. Por supuesto que el bienestar individual es una parte inherente en el estudio de la economía, así como la dinámica de funcionamiento de los mercados privados y la eficiencia económica, pero actualmente la formación de economistas gira alrededor de un rol de transformación en las organizaciones y la comunidad, teniendo presente en los análisis socioeconómicos al agente económico (persona, hogar, empresa, gobierno) en un conglomerado de relaciones colectivas que impactan los intereses privados y públicos, donde la sostenibilidad y/o sustentabilidad de las actividades y la influencia de las estructuras culturales, sociales e institucionales representan ejes transversales de discusión.
*Las opiniones expresadas en este espacio no comprometen el pensamiento institucional.