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Moderar el tono de la voz no es un tema menor*

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El ruido es protagonista en casi todos los escenarios de ciudad y entornos laborales. Conversaciones personales y telefónicas en tonos altos, pitos, vendedores ambulantes, artistas callejeros, espacios laborales cada vez más reducidos y la necesidad constante del ser humano de comunicar, van en contravía de la necesidad de introspección y sosiego que algunos necesitamos en medio de una dinámica de vida frenética y vertiginosa, o que simplemente nos favorecería para la concentración.


En Colombia, el ruido está regulado principalmente por la Ley 1333 de 2009, que establece las normas para la prevención y el control de la contaminación ambiental, incluida la auditiva. Esta ley establece los límites máximos de emisión de ruido permitidos en diferentes actividades y lugares, así como las medidas que deben tomarse para prevenir y controlar la contaminación acústica.


La legislación está clara para la emisión de ruido, ese que se puede detectar cuando por ejemplo se tiene un vecino bulloso y fiestero o cuando la realización de un evento en espacio público llega a perturbar a una comunidad; pero ¿qué pasa todos los días y a cada segundo con el tono de voz en las conversaciones cotidianas en espacios compartidos?, ¿con las llamadas por celular en el transporte público?, ¿cuando se está en oficinas donde impera el hacinamiento y la bulla? Ante este panorama, sólo se encuentra la falta de consciencia sobre cuidar el entorno para la salud y el respeto por el otro.


No soy abogada, soy comunicadora social y hablo desde mi condición de ser humano, porque soy consciente de que vivimos en sociedad y no puedo irrumpir en el espacio personal del otro.


La pérdida de audición, hipoacusia, inducida por el ruido, conocida también como traumatismo acústico, agudo o crónico, no es una realidad muy lejana. Durante el examen que mide la capacidad del individuo de escuchar sonidos y vibraciones de alto y bajo volumen, como parte de la revisión para la refrendación de mi licencia de conducción, la fonoaudióloga detectó una leve afectación, al parecer, por la exposición constante al ruido, hecho que me resulta bastante cotidiano, entre otras cosas por el uso de audífonos, que en ocasiones sirven de escape y alivio al caos del entorno. “A veces el remedio es peor que la enfermedad”.


La recomendación de la profesional fue el uso de protectores auditivos para frenar una posible afectación mayor; sin embargo, no descarto que podamos tomar conciencia de que, al moderar nuestro tono de voz en todo sentido y lugar, respetamos al otro y realizamos una necesaria contribución al medio ambiente.

 

*Ana María Granada Vallejo

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad de Manizales

mangogranadavallejo@gmail.com


*Las opiniones expresadas en este espacio no comprometen el pensamiento de la Universidad de Manizales.

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