La bondad de un profesor de matemáticas
Uno de los recuerdos memorables que tengo de mi tiempo en la universidad, se remonta a uno de los primeros semestres, específicamente a una clase de Cálculo II; recuerdo que a la mayoría de quienes estábamos tomando esa clase nos resultaba demasiado difícil aprender sobre integrales avanzadas y nuestra angustia se intensificaba con cada ecuación puesta en el tablero, por no ser capaces de llegar a una solución inmediata, y porque algunos de nosotros teníamos condiciones de aprendizaje y salud especiales.
Esa tarde el profesor nos respondió con una generosidad inmensa, nos miró y comenzó a resolver y explicar en detalle los ejercicios de mayor complejidad, sin juzgarnos por no comprender rápido el lenguaje numérico, o por necesitar más tiempo y de unas metodologías distintas para entender la resolución de las ecuaciones.
En esa clase el profesor nos estaba dando lecciones de lo que enfrentaríamos en el futuro, y sobre que los resultados a los problemas que nos entrega la vida no siempre van a llegar con la velocidad de una máquina electrónica. El profesor nos estaba enseñando sobre la paciencia cuando las incógnitas de nuestra existencia se nos tornan “imposibles” a primera vista, y sobre ser compasivos con nosotros y con quienes tenemos al lado, pues todos somos números esparcidos en un tablero en blanco intentando despejar las X que nos fueron asignadas.
Con la seguridad y confianza que el profesor nos transmitió en ese corto tiempo, logramos aprender ese semestre entre todos de una manera amable y no violenta a encontrar las respuestas a la lista de integrales que nos planteaban en aquella época. Tengo en mi memoria el día en que fui a recoger mi nota del final de semestre, y el profesor estaba felicitando a uno de mis compañeros por ir con regularidad a su oficina a intentar aprender en su propio lenguaje la resolución de las integrales, mientras que el profesor pacientemente lo acompañaba y asesoraba hasta que encontraban juntos herramientas que le permitían un entendimiento completo.
A quienes tenemos condiciones especiales de aprendizaje o salud, se nos dificulta encontrar comprensión en quienes nos rodean, sean profesores, jefes o compañeros de trabajo; por eso es un regalo cuando nos cruzamos con una persona que está dispuesta a tendernos la mano, a aceptarnos y a ayudarnos con los temas que no entendemos de inmediato, desde la bondad y la empatía.
Desde aquel entonces guardo en mi memoria con gran afecto, y trato de poner en práctica, la constancia y valentía de mi compañero, cuando me creo incapaz de resolver alguna ecuación de mi camino por alguna situación fuera de mi control.
También conservo la humanidad y el amor por la enseñanza que el profesor nos mostró en esos meses; esa experiencia me llenó el corazón de fe nuevamente, y me demuestra que existen personas nobles en el mundo, dispuestas a acoger distintos lenguajes de aprendizaje para incluir a todas las personas con sus neurodiversidades en ambientes de respeto e igualdad.
*Carolina Patiño
Administradora de Empresas UManizales
patinoccarolina@gmail.com
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