Los dueños de los votos
Por estos días es frecuente observar a los dirigentes de diferentes partidos políticos perdedores en las pasadas elecciones buscando cómo acomodarse en uno de los bandos que disputarán la Presidencia de la República el próximo 19 de junio. Cada uno se arrima al candidato con sus propios intereses ofreciendo un determinado caudal electoral de acuerdo con sus resultados en las elecciones pasadas, como si los votos les pertenecieran y fueran endosables, mientras otros dejan en libertad a sus electores para que apoyen al candidato de sus preferencias. Ambas acciones (negociar su respaldo a cualquiera de las dos candidaturas o dejar en libertad a sus electores) parecieran sugerir que esos “quemados” son propietarios de los votos de quienes los apoyaron en el proceso anterior, como si no pertenecieran a cada uno de los ciudadanos, lo que es precisamente la esencia de la democracia representativa: cada ciudadano un voto.
De otro lado, como fruto del desespero o la ansiedad por lograr la mayoría de los votos el próximo 19 de junio, también se constata la búsqueda de estos apoyos ajenos por los candidatos en contienda, a veces dispuestos incluso a negociar lo que presumían como sus principios irrenunciables. Pareciera que existe una cierta aceptación por parte de analistas, periodistas, candidatos, asesores y del público en general de que el voto particular es propiedad de alguien diferente a quien lo deposita y, por lo tanto, son endosables al mejor postor. Esto también ocurre por la falta de discurso argumentativo y de propuestas claras en las campañas electorales, lo que ha llevado a que éstas estén más centradas en ataques personales y en escudriñar en el pasado de los candidatos buscando la forma de ganar por el desprestigio del otro y no por el mérito propio o por la calidad de su propuesta de gobierno, lo cual cierra en alianzas entre quienes hace muy poco se decían cosas inaceptables.
Esta “cultura electoral” es, por decir lo menos, una falta de respeto a la inteligencia de los ciudadanos, como si los diferentes líderes políticos fueran los únicos autorizados para discernir qué es lo mejor para el país. Cada líder político podrá decidir libremente por quién votar, pero no debería comprometer el voto de ninguna otra persona. Por esto, las elecciones del próximo 19 de junio no las va a ganar quien más respaldos de partidos o movimientos políticos logre acumular, sino quien logre demostrar a los colombianos que es la mejor alternativa para conducir el país por el mejor camino durante los próximos cuatro años. De esta manera resultarán castigados aquellos dirigentes políticos que van de un lado al otro, al parecer sin más claros ideales políticos que sus propias ambiciones, así les toque, como diría el adagio popular “voltearse más que un desvelado”.
Recordemos el planteamiento del Premio Nobel de Economía Amartya Sen: Una de las cinco libertades instrumentales que debe poseer todo individuo es la libertad política, entendida como el derecho y la oportunidad de los individuos para decidir quién los debe gobernar, con qué principios y sometidos al juicio de sus congéneres y de la historia. Esto último también debería servir para que independientemente de quién sea el ganador, los perdedores lo dejaran gobernar con las ideas que la mayoría eligió y más bien él o los perdedores se deberían dedicar a construir una nueva propuesta tan buena que en cuatro años fuera la de mayor aceptación por parte de los electores, contribuyendo de paso a elevar la calidad del debate político, pero sobre todo sería una importante contribución al mejoramiento de las condiciones de vida de la gente.
Publicado originalmente en La Patria Manizales, en junio 07 del 2022. Enlace de la publicación original.
Más artículos de Duván Emilio Ramírez Ospina
[mostrar_cat category_name ="duvan-emilio-ramirez-ospina"]
Comentarios