La nueva Revolución del conocimiento
El mundo contemporáneo está viviendo grandes transformaciones como resultado de lo que Klaus Schwab –fundador del Foro Económico Mundial- denominó la Cuarta Revolución Industrial, antecedida por la máquina de vapor, la electricidad y la computadora. Se caracteriza por integrar tecnologías que abarcan –y afectan- las esferas físicas, biológicas, sociales y hasta personales. Una mirada panorámica a la historia de esta revoluciones deja en claro dos cosas, entre muchas otras: una –asombrosa- es el avance de los conocimientos y otra -preocupante- es el desplazamiento de la mano de obra por la entrada en escena de máquinas potentes, complejas y hasta pensantes.
Que las tecnologías sean buenas o malas es un debate filosófico que no se resuelve de manera unánime sino que se abre a diferentes posturas, incluso irreconciliables. La emergencia sanitaria de los últimos dos años está siendo superada gracias a la actual revolución industrial. Años atrás era inimaginable que en tan breve tiempo se produjeran soluciones de alta complejidad que exigían el concurso de diversos métodos, ciencias, técnicas y científicos distantes unos de otros, para detener o controlar la pandemia que amenazaba a la especie humana en todos los rincones del planeta y a las actividades económicas para mantener y mejorar la calidad de vida. Pero también, los avances tecnológicos pueden crear nefastas “soluciones”… como lograr eliminar de manera inmisericorde a indefensos e inocentes seres humanos en Ucrania: que lo digan los misiles hipersónicos de Putin, sólo muy diferentes en tecnología de los aviones empleados por Hitler durante su blitzkrieg (guerra relámpago) contra los polacos para someterlos bajo cualquier justificación.
Los cambios que experimentamos hoy son exponenciales; son tan grandes y veloces las transformaciones en la forma de vivir, interactuar, comunicar, pensar y de relacionarnos, que ni caemos en cuenta de ellos; estamos inmersos en una ola cuyos efectos apenas vislumbramos. Basta sentir, por ejemplo, que la actual “era de la vigilancia” desmorona preciosos valores que otrora hacían la existencia más gustosa y relajada: la confianza y las libertades.
En Colombia enfrentamos el enorme desafío que implica recrear un Estado capaz de enfrentar a fondo los diversos problemas que nos preocupan: las desigualdades arbitrarias, la destrucción del medio ambiente, la falta de cohesión social y territorial, los injustificables actos de violencia, la migración forzosa, el bajo crecimiento económico, la alta concentración del ingreso, entre otros. Sin embargo, al mismo tiempo debemos liderar el avance hacia la sociedad del conocimiento, es decir, desarrollar la capacidad para identificar, producir, tratar, transformar, difundir y utilizar la información con miras a crear y aplicar los conocimientos necesarios para el desarrollo humano. Quizás estamos llegando tarde a la Cuarta Revolución Industrial y a incorporar las nuevas tecnologías de la comunicación y la información como medios para desarrollar la capacidad de aprendizaje e innovación, así como la autonomía, la pluralidad y el respeto a los derechos humanos.
Debemos dejar atrás la época de los discursos demagógicos e incendiarios de quienes aspiran a la presidencia de la República. Los actuales deben bajarse de las ramas y que en sus debates le expongan al país soluciones integrales (qué hacer, cómo, con qué recursos, con cuáles efectos secundarios) en lugar de las manidas soluciones simplistas, como si miraran la realidad colombiana desde un solo ojo. El debate presidencial debería ser mucho más rico en ideas y menos en ataques personales; preocuparse más por los problemas de fondo del país que por las formas de hablar del uno o del otro, más planteamiento de soluciones viables que promesas superficiales o incumplibles. Es necesario que los votantes podamos tener claridad sobre qué futuro le espera al país según quien sea elegido.
Publicado originalmente en La Patria Manizales, en marzo 29 del 2022. Enlace de la publicación original.
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