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La prevención del suicidio más allá de la psiquiatria y la psicología

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Ana María Villegas Vargas

 

A Sandra Constanza Cañón Buitrago le apasiona ayudar a los jóvenes. Es por esto que ha dedicado una década de su vida en investigar el fenómeno del suicidio en esta población. Empezó sus estudios desde la perspectiva psiquiátrica y psicológica que históricamente se le ha dado al tema, pero se percató que con ese abordaje no podía comprender el fenómeno en toda su magnitud.

Se dispuso a investigarlo desde las ciencias sociales, con una visión integral; donde las oportunidades educativas, la inclusión laboral, la disminución de la pobreza, el desarrollo humano y la calidad de vida son factores claves. En el camino descubrió que disciplinas como la ingeniería, la fisioterapia, la economía y la fonoaudiología, entre otras, también pueden aportar al análisis del suicidio, que en Manizales, según Medicina Legal, afectó a diez jóvenes entre 18 y 28 años durante el 2021.

Sandra es psicóloga, docente en la Universidad de Manizales y en el 2019 formó un equipo con el ingeniero electrónico y también profesor de la universidad, Luis Carlos Correa Ortiz, la fisioterapeuta Olga Lucía Montoya y la fonoaudióloga Gloria Isabel Bermúdez, ambas profesoras de la Escuela Colombiana de Rehabilitación. Su objetivo fue realizar una investigación para identificar las circunstancias que hacen a los adolescentes y adultos jóvenes de Manizales más vulnerables a la conducta suicida, y así desarrollar un sistema de información geográfica para detectar las zonas donde residen quienes tienen mayor probabilidad de presentar los factores de riesgo y así poder tomar decisiones focalizadas.

 

¿Cómo se integró al equipo de investigación de la Escuela Colombiana de Rehabilitación?

Luis Carlos Correa me invitó a participar en la investigación sobre el sistema de alertas tempranas, porque el suicidio es un fenómeno sobre el que se debe intervenir constantemente, pues su contexto histórico va cambiando y con él aparecen nuevos determinantes sociales para analizar. Eso es algo que desde la Escuela Colombiana de Rehabilitación han analizado con la relación entre salud mental y rehabilitación física.


El cuerpo tiene mucho que ver con el tema del suicidio, porque finalmente es lo que se agrede y no es solo el físico sino también el social.


 

Cuando hablan de factores de riesgo y factores protectores, ¿a qué se refieren?

Los primeros nos hacen vulnerables a que el fenómeno del suicidio se presente. La disfuncionalidad familiar, la exclusión, la pobreza, las carencias o el sedentarismo son algunos ejemplos. Mientras que los protectores son los que nos ayudan a afrontar cuando algún factor de riesgo se presenta en la vida cotidiana, como la actividad física, las relaciones familiares positivas o la inclusión.

 

¿Qué relación hay entre el suicidio y la rehabilitación?

Tiene mucho que ver con el tema del suicidio porque finalmente lo que uno agrede ¿qué es?, el cuerpo. La actividad física permite precisamente vivirlo, todo lo relacionado con el ejercicio permite expresar muchas emociones. Le Breton dice que caminar es vivir el cuerpo.

 

La pandemia afectó la investigación del sistema de alertas y hace poco la retomaron, ¿en qué etapa van?

Duramos casi dos años haciendo ajustes por las situaciones que trajo consigo la pandemia. Las profesoras de la Escuela Colombiana de Rehabilitación nos visitaron en mayo e iniciamos el trabajo de campo. Formamos unos grupos con jóvenes universitarios, que ya teníamos caracterizados gracias a un proyecto previo, y desarrollamos un cuestionario en relación a los factores de riesgo. De esas conversaciones identificamos las alertas tempranas para implementar el sistema en un mapa de la ciudad.

 


Sandra Constanza Cañón Buitrago es psicóloga, especialista y magíster en Gerencia del Talento Humano y doctora en Ciencias Sociales Niñez y Juventud. Además es profesora del programa de Medicina de la UManizales.


 

Durante la pandemia llevaron a cabo una investigación relacionada con el covid-19 y el aislamiento, ¿de qué se trató?

Consideramos que era necesario realizarla porque decían expertos que la pandemia afectaría la salud mental; entonces elegimos trabajar con los estados emocionales: la depresión, la ansiedad, el estrés, y el riesgo suicida y el nivel de actividad física en estudiantes universitarios bajo la situación de aislamiento social.

Vinculamos a cuatro estudiantes del Programa Delfín que eran de México y una estudiante de Contaduría Pública de la UManizales como asistente de investigación. Para recolectar la información nos apoyaron las unidades acompañamiento y bienestar universitario y enviamos por correo electrónico los cuestionarios a estudiantes de las seis instituciones.

 

¿Qué encontraron?

Todavía estamos procesando los datos de 893 jóvenes. Sin embargo, hemos avanzado en lo relacionado con la actividad física y publicamos un artículo donde expusimos como factor de riesgo (con un 20%) los antecedentes de enfermedades crónicas como diabetes, cáncer y otras que serán determinantes e influyen en la salud mental y física de los estudiantes, y la actividad física y el estado civil como factores protectores, lo que sugiere a los programas de bienestar universitario fortalecer la actividad física en tiempos de pandemia, pero considerando también antecedentes de enfermedades crónicas y el estado civil.

 

Usted lleva una década investigando este fenómeno, ¿cuál cree que es su misión?

Creo que mi reto ahora es aportar para intervenirlo, llevarlo a las comunidades para que la visión cambie un poco y no se considere solamente como un síntoma de salud mental porque estamos ignorando todo lo que hay detrás del fenómeno. Por ejemplo, cuando se presenta un caso se trata con psiquiatra, medicamentos, psicoterapia, pero los contextos de pobreza, violencia, exclusión, se desestiman. Ahí está el reto

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